No lo tenía fácil cuando llegó a nuestra Diócesis. Venía a sustituir a un Obispo excepcional: un intelectual brillante, hombre inteligente y sabio, espléndido orador, gran organizador, alma abierta y extrovertida, amigo entrañable de todos, con una "magia" especial para las relaciones humanas... Muchos serían los calificativos necesarios para definir con justicia la rica personalidad de nuestro queridísimo Don Antonio Dorado. Baste decir que, a lo largo de sus veinte años de ministerio episcopal, supo ganarse el respeto, la admiración y el cariño de todos cuantos tuvimos la suerte de tratarle.
Por eso, sucederle en la sede gaditana no iba a resultar tarea fácil. Y no lo fue para el nuevo Obispo que Dios nos enviaba: Don Antonio Ceballos Atienza. Pronto nos dimos cuenta que se inauguraba un pontificado muy distinto. Teníamos un obispo más rezador que conversador. Un hombre bastante tímido, al que le horroriza hacer ruido inútil. Un pastor que prefiere parecer blando antes que imponer su autoridad con energía. Un apóstol que, en la vida de la Iglesia diocesana, ha apreciado más el testimonio de los valores evangélicos que las vistosas programaciones pastorales. Un hombre bueno que sigue creyendo en las posibilidades de la caña cascada y de la mecha vacilante. Pero, sobre todo, un creyente abrazado a la sabiduría de la cruz, que anhela mucho más permanecer fiel a Dios, en medio de la debilidad y las dificultades, que cosechar el éxito y los aplausos de este mundo. Poco a poco, y no sin dificultades, hemos ido reconociendo que regía nuestra Diócesis "un hombre de Dios".
Para la mayoría de los contemporáneos de Jesús resultó necedad y escándalo que un carpintero salido de Nazaret pretendiera ser el Mesías y, más aún, el Hijo de Dios hecho hombre. ¿Cómo podría estar Dios recostado en un pesebre, o clavado en una cruz? También nosotros hoy estamos tentados de creer que Dios sólo puede actuar a través de personalidades relumbrantes que se imponen de manera irresistible por la brillantez de sus talentos y sus dotes personales. Y, sin embargo, Dios sigue obstinado en llevar adelante su obra por medio de instrumentos humildes y sencillos. Es el caso del obispo Ceballos. Casi sin hacerse notar, desde la entrega silenciosa de cada día, ha ido entretejiendo un pontificado abundante en frutos contundentes que se fueron acumulando casi sin hacer ruido, como el obispo.
Nada más llegar, devolvió el Seminario a la Diócesis, porque creyó que los sacerdotes de Cádiz éramos suficientemente competentes y capaces como para formar a los futuros servidores de nuestras comunidades. Hoy deja ordenados una cincuentena de presbíteros. Casi la mitad de nuestro presbiterio en activo. Y ha enviado a completar estudios a otra veintena, entre licenciados y doctores, para que aseguren el buen nivel intelectual y espiritual de nuestra clerecía.Por eso, sucederle en la sede gaditana no iba a resultar tarea fácil. Y no lo fue para el nuevo Obispo que Dios nos enviaba: Don Antonio Ceballos Atienza. Pronto nos dimos cuenta que se inauguraba un pontificado muy distinto. Teníamos un obispo más rezador que conversador. Un hombre bastante tímido, al que le horroriza hacer ruido inútil. Un pastor que prefiere parecer blando antes que imponer su autoridad con energía. Un apóstol que, en la vida de la Iglesia diocesana, ha apreciado más el testimonio de los valores evangélicos que las vistosas programaciones pastorales. Un hombre bueno que sigue creyendo en las posibilidades de la caña cascada y de la mecha vacilante. Pero, sobre todo, un creyente abrazado a la sabiduría de la cruz, que anhela mucho más permanecer fiel a Dios, en medio de la debilidad y las dificultades, que cosechar el éxito y los aplausos de este mundo. Poco a poco, y no sin dificultades, hemos ido reconociendo que regía nuestra Diócesis "un hombre de Dios".
Para la mayoría de los contemporáneos de Jesús resultó necedad y escándalo que un carpintero salido de Nazaret pretendiera ser el Mesías y, más aún, el Hijo de Dios hecho hombre. ¿Cómo podría estar Dios recostado en un pesebre, o clavado en una cruz? También nosotros hoy estamos tentados de creer que Dios sólo puede actuar a través de personalidades relumbrantes que se imponen de manera irresistible por la brillantez de sus talentos y sus dotes personales. Y, sin embargo, Dios sigue obstinado en llevar adelante su obra por medio de instrumentos humildes y sencillos. Es el caso del obispo Ceballos. Casi sin hacerse notar, desde la entrega silenciosa de cada día, ha ido entretejiendo un pontificado abundante en frutos contundentes que se fueron acumulando casi sin hacer ruido, como el obispo.
Poco después, convocó un Sínodo diocesano. Hacía ya más de un siglo que no se convocaba una asamblea diocesana de ese rango. Y lo hizo porque creyó en esta Iglesia, y en su capacidad para alzarse en pie de misión, para abrirse con valentía al mensaje liberador del Evangelio y al reto de anunciarlo en esta hora de la historia, a la vez tan apasionante y difícil. Los decretos sinodales contienen una valiosa luz para alumbrar los pasos de la misión pastoral de nuestra Diócesis en los años venideros.
Al obispo Ceballos debemos también la reorganización de la Curia diocesana, a la que ha dotado de un nuevo organigrama que busca adaptarla al servicio eficaz de las necesidades de la acción pastoral. También ha reactivado los Cabildos catedralicios, tanto de Cádiz como de Ceuta, nombrando una veintena de nuevos canónigos que garanticen una mejor atención de ambas catedrales.
Incontables son las cartas pastorales publicadas por el obispo Ceballos en sus dieciocho años de pontificado. Muchos gaditanos, a través de los cristales de su querido balconcito del Campo del Sur, le hemos visto escribirlas hasta altas horas de la noche, cuando encontraba tiempo para hacerlo. De especial valor e interés pastoral y humano han sido sus cartas sociales, especialmente las publicadas cada 1° de mayo. Cartas valientes, llenas de sensibilidad social, y de llamadas convincentes a la solidaridad y la justicia. Ecos del corazón de un obispo que nunca quiso desclasarse de la clase trabajadora, ni siquiera en su estilo de vida.
Muy destacable en la labor del obispo Ceballos ha sido su actividad constructora. A pesar de la crónica escasez de recursos que padece nuestra Diócesis, ha edificado nueve templos parroquiales, casi todos en barriadas humildes, donde habitan familias de escasos recursos. Y ha rehabilitado, total o parcialmente, casi una treintena de parroquias y otros templos, incluida la Seo gaditana, tesoros inestimables del patrimonio histórico-artístico de nuestra provincia.
A lo largo de su pontificado el obispo Ceballos también ha impulsado la vida de diversas fundaciones benéficas, todas ellas en servicio de los más pobres y desasistidos de la sociedad. En un momento histórico en que las instituciones públicas recortan gastos sociales, nuestro obispo no ha tenido miedo en "embarcarse" en grandes retos y, sólo en Cádiz, ha apoyado o impulsado la creación de tres residencias para ancianos, una guardería para niños y un espléndido centro social, para el cual cedió su propia casa. También ha logrado conservar para Cádiz una Escuela Universitaria de Enfermería, que hoy no existiría sin su empeño tenaz y generoso apoyo.
En estos días en que se cierra su largo pontificado, era justo recordar algunos de los méritos más notables este obispo silencioso, pero "hormiguita", que deja a su amada Diócesis un notable y valioso legado. Ojalá que todos los católicos gaditanos, hechos una piña en torno al nuevo obispo, sepamos rentabilizarlo. Por lo demás, no nos queda sino dar gracias a Dios por este hombre bueno que vino en su nombre, y rodearle de cariño y gratitud, todos los años, ojalá muchos, que Dios quiera tenerlo con nosotros.
Rvdº. Oscar González Esparragosa
Consiliario del 7º Turno Mª Auxiliadora y S. José.
No hay comentarios:
Publicar un comentario