EPIFANÍA DEL SEÑOR
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es decir, su manifestación a los pueblos del
mundo entero, representados por los Magos que llegaron de
Oriente para adorar al Rey de los judíos. Estos misteriosos personajes, observando los fenómenos
celestes, vieron aparecer una nueva estrella e, instruidos también por las
antiguas profecías, reconocieron en ella la señal del nacimiento del Mesías,
descendiente de David (cf.
Mt 2,1-12).
Por consiguiente, desde su primera aparición, la luz de Cristo comienza a atraer
hacia sí a los hombres
«que ama el Señor» (Lc
2,14), de toda
lengua, pueblo y cultura. Es la fuerza del Espíritu Santo que mueve los
corazones y las inteligencias que buscan la verdad, la belleza, la justicia y
la paz. Es lo que afirma el siervo de Dios Juan Pablo II en la encíclica Fides
et ratio: «El hombre se encuentra en un camino de
búsqueda, humanamente
interminable: búsqueda de verdad y búsqueda de una persona de quien fiarse»
(n. 33): los Magos encontraron ambas
realidades en el Niño de Belén.
Los hombres y las mujeres de toda generación, en su peregrinación,
necesitan orientarse: entonces, ¿qué estrella podemos seguir? La estrella que había guiado a los
Magos, después de detenerse «encima
del lugar donde se encontraba el niño» (Mt 2,9), terminó su función, pero su luz espiritual está siempre
presente en la palabra del Evangelio, que también hoy puede guiar a todo hombre a
Jesús.
La Iglesia hace resonar con autoridad esa palabra, que no es más que el
reflejo de Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios, para toda alma bien
dispuesta. También la
Iglesia, por tanto, desempeña en favor de la humanidad
la misión de la estrella.
Asimismo, algo semejante se puede decir de todo cristiano, llamado a iluminar,
con la palabra y el testimonio de su vida, los pasos de los hermanos.
Por eso, ¡cuán
importante es que los cristianos seamos fieles a nuestra vocación! Todo auténtico creyente está siempre en camino en su itinerario personal de fe y, al mismo tiempo, con la pequeña luz que lleva dentro
de sí, puede y debe
ayudar a quien se encuentra a su lado y tal vez no logra
encontrar el camino que conduce a Cristo.
De una carta
pastoral de Benedicto XVI, pp.