FEBRERO : ADORAR CON LOS APÓSTOLES
Alabado sea el Santísimo Sacramento del
Altar
¡ COR UNUM ET ANIMA UNA !
El Señor está con nosotros
acompañándonos, llamándonos a Sí, conllevando en cierto modo nuestros
trabajos, implorando por nosotros con su oración omnipotente, recabando tiempo
para nuestra conversión y siendo, en fin, el centro amoroso de nuestra vida
espiritual. ¿Por qué no será también el hogar de la santa amistad? ¿Quién
duda que allí pueden converger todos los santos deseos, que de
allí irradian todos los santos afectos y que allí, en su Sacratísimo Corazón,
viven todos los corazones que atrae a Sí el Señor y que, por lo tanto, Él
es el lazo de la santa amistad? (L.S. Tomo V (1874) Pág. 366)
¡Qué fuertes lazos de amistad se forman
entre aquellos que comparten su tiempo con un mismo corazón y un mismo ideal! “Cor
unum et anima una”, es la definición de la
amistad. Pidamos hoy al Señor, que nuestra asociación
tenga, en efecto, un solo corazón: el suyo. Que
nuestro ideal sea de todos uno y el mismo: su Reino. Es muy claro que nada une
tanto a los amigos como compartir sus quehaceres entorno a un mismo centro. La
amistad entre los Apóstoles en torno a Jesús tiene que ser para nosotros modelo
y reflejo.
Qué dulces veladas las de aquellos hombres
escuchando las enseñanzas de Jesús, conversando íntimamente con él, qué alegría
poder servirle en cada momento, y qué emoción al contemplar sus milagros, tan
de cerca… “Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su
ministerio, "llamó a los que él quiso [...] y vinieron
donde él. Instituyó Doce para que
estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 13-14).
Desde entonces, serán sus "enviados" [es lo que significa la palabra
griega apóstoloi]. En ellos continúa su propia misión: "Como
el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21; cf. Jn 13, 20; 17, 18).
Por tanto su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: "Quien
a vosotros recibe, a mí me recibe", dice a los Doce (Mt 10, 40; cf, Lc 10, 16).” CEC 858. “Llamó a los que quiso”, somos
muy afortunados de haber sido llamados por Cristo,
como los Apóstoles, no por nuestros méritos o buenas cualidades, si somos
adoradores es por misericordia de Dios que quiso llamarnos. Con
una doble intención, “estar con él”, y “enviarlos a predicar”. “Adoradores de
noche, testigos de día” ¡Cómo nos calza este programa con la
misión que Cristo dio a los Apóstoles! Estar con él, compartir en confianza su
palabra, hablar, callar, escuchar… todo ello nos transforma durante las horas
de la noche, para que seamos verdaderos testigos suyos durante las horas del
día.
Los Apóstoles nos enseñan a
estar con Jesús, en confianza y con reverencia. En nuestras dudas y con fe.
Ellos ¡tantas veces! se postraban y le adoraban. (Cf. Lc 14, 23-33). Después
de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al
atardecer estaba solo allí. La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos
estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. ¡Cuántas veces
se repite esta escena a lo largo de nuestra historia! Jesús
solo, en el sagrario, orando por nosotros al Padre, y
nosotros, metidos en nuestra barquichuela por un mar lleno de olas, con vientos
contrarios y… sin él. Qué poco tardan las pasiones en levantarse contra aquel
que no navega con Jesús, cómo soplan las tentaciones del mundo cuando uno se
aventura sin él por la travesía de la vida… Pero, por suerte, Jesús no renuncia
a estar con nosotros, y busca la manera para que nos topemos con Él. En la
noche, en el sagrario.
Y a la cuarta vigilia de la noche vino él
hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos,
viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de
miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo:
«¡Animo!, que soy yo; no temáis.»
Fue en la noche cuando salió
Jesús a su encuentro. De modo semejante, en esta noche, Jesús sale del sagrario
a la custodia, sale a nuestro encuentro… Su
humanidad santa queda como suspendida sobre el altar, si bien velada. Ellos
pensaron ¡es un fantasma! Y a lo mejor si nuestra fe está débil podríamos
pensar ¡pero si no es más que pan! Pero no es así. Jesús nos lo dice con
fuerza. “Soy Yo”. Escuchemos a Jesús que desde la Eucaristía nos dice estas
palabras. “Yo soy”, “no temáis”. Pedro le respondió:
«Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas.» «¡Ven!», le dijo.
Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús.
Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a
hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!»
Es una mezcla extraña, tanta confianza
y a la vez miedo, “mándame caminar sobre el
agua” y, a la vez, “qué fuerte sopla el viento”. Parece paradójico, pero
hemos de reconocer que es una mezcla muy frecuente en nuestra vida de fe.
Queremos seguir a Jesús, incluso por encima de nuestras pasiones, de nuestros
vicios, y de nuestras miserias. Sabemos que él tiene poder para hacernos
sobrevolar sobre todo ello, y sin embargo, en nuestro día a día, en muchas
ocasiones no nos vemos capaces, y comenzamos a hundirnos, nos entra miedo,
desesperanza… Ahí es cuando hay que gritar ¡Señor sálvame!
¡Señor sálvanos! Nuestra
vigilia de adoración es este grito, desde la barca de la
Iglesia zarandeada para todos nosotros, “no nos sueltes Señor”. Él siempre responde. Al
punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por
qué dudaste?» Subieron a la barca y amainó el viento. Y
los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres
Hijo de Dios.» Cuando Jesús sube a la barca, la tempestad se calma. Siempre. Él
es Señor de cielos y tierras, cuando él nos guía no hay miedo que nos
sorprenda. Gracias Jesús, que tantas veces nos agarras en el último momento de
la mano, nos sacas de las aguas, con fuerza. Cuantas veces la comunión ha sido
para nosotros el salvavidas de nuestros naufragios. Gracias Jesús,
como los apóstoles hoy todos nosotros queremos postrarnos ante ti en la
Eucaristía y decir desde lo más hondo de nuestro corazón: “En
verdad eres Hijo de Dios” Queremos adorarte juntos, y que tu corazón divino sea
el lazo que nos haga amigos entre nosotros.
Preguntas para el diálogo y la meditación.
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¿Has
intentado contemplar o tratar a algún Apóstol en particular?
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¿A
cuál tienes más devoción?
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¿Qué
actitudes de los Apóstoles nos pueden ayudar a adorar mejor?